Texto nro. 3 "El país de las cucharas largas "
El país de las cucharas largas
Un hombre que viajaba mucho y había
vivido muchísimas experiencias contó una vez esta historia, sobre algo extraño
que le sucedió:
De entre todos los países que había
visitado, recordaba de forma especial el País de las cucharas largas. Había
llegado a ese país de casualidad. En realidad, iba a Uvilandia Parais, pero en
un cruce de caminos, torció hacia el País de las cucharas largas.
Al final del camino, se encontró con una
casa enorme, que estaba dividida en dos pabellones: uno al oeste y otro al
este. Aparcó el coche y salió. Delante de la casa había un cartel que decía:
‘País de las cucharas largas’. En la casa solo había dos habitaciones: una
habitación negra y una habitación blanca. Un largo pasillo conducía hasta
ellas. A la derecha se encontraba la habitación negra y a la izquierda, la
habitación blanca.
Qué había en la habitación negra
Primero torció hacia la habitación
negra. Pero de pronto, y antes de llegar a una puerta muy alta, escuchó algunos
quejidos y gritos lastimeros: ‘¡Ayyyyy!- gritaban desde el otro lado de la
puerta.
Los quejidos y gritos de dolor le
hicieron dudar, pero siguió adelante, y al entrar, se encontró una mesa muy
larga, con cientos de personas alrededor. El centro de la mesa estaba lleno de
fantásticos manjares, los platos más suculentos y apetecibles. Pero, aunque
cada uno tenía una cuchara con el mango muy largo atada a la mano, todos se
morían de hambre. ¿La razón? Tenían unas cucharas cuyo mango era el doble de la
longitud del brazo. Todos alcanzaban a la comida, pero luego no podían
llevársela a la boca. La situación era desesperante, y los gritos de angustia y
hambre de las personas, le hicieron alejarse a grandes zancadas de allí.
Lo que encontró tras la habitación
blanca
Entonces fue a visitar la habitación
blanca, justo al lado opuesto. Lo primero que le llamó la atención al avanzar
por el largo pasillo fue el silencio. No escuchaba gritos ni lamentaciones.
¡Cuál fue su sorpresa al entrar y ver, igual que en la otra sala, una enorme
mesa con manjares en el centro! Todos tenían la misma cuchara larga atada a las
manos. Sin embargo, no morían de hambre, porque cada uno tomaba el alimento del
centro y le daba de comer a la persona que tenía enfrente. De esa forma todos
podían comer.
El hombre dio media vuelta y volvió a su
coche. Ahora sí, de camino a Parais…
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